Muestra individual, instalación, intervención espacial y pintura.
Lugar: Linse galería.
Fecha: del 29 de marzo al 31 de mayo de 2025..
Texto Curatorial: Sebastián Vidal Mackinson
Cocinar una cebolla. Elegirla del cajón en la verdulería, sumarla a la bolsa de compras junto a los otros alimentos, llegar a la casa, llevarla a la cocina, lavarla (o no, de acuerdo a gustos personales), cortarle el tallo y las raíces para que los ojos no lagrimeen, comenzar a descascararla hasta cuando unx considere o la receta lo sugiera. Notar cómo las metáforas que hemos escuchado, que nos han dicho y que, por supuesto, repetimos sobre ella y sus capas se activan risueñamente. Pensamos en invierno, en abrigarse, en combinar colores, en el momento de comenzar a mostrarse, en descubrirse, en la belleza. Miramos a la cebolla también a través de estas narraciones. La analizamos y la encontramos, efectivamente, linda. La cortamos en cuadrados o en corte juliana o la dejamos entera lista para ir al agua a hervirse, al horno a cocinarse, a la parrilla a dorarse o a la freidora a absorber aceite.
Según apuntan algunas páginas de medicina y alimentación consciente en nuestra gran biblioteca virtual contemporánea, la cebolla es un alimento súper saludable y con múltiples beneficios para el organismo, la piel y también la destreza física. En algunos estudios enumeran más de 20 propiedades favorables para la salud y brindan varias recetas desglosadas como recomendaciones para ingerirla. Es decir, no sólo combina hermosura que luce cuando se desprende de sus capas sino que también es muy beneficiosa para nuestra salud biológica. Los lugares comunes y los desarrollos científicos conviven en una misma mesada, en la boca y en nuestro sistema digestivo cotidianamente.
Emprender esa faena culinaria, a su vez, implica aventurarse a la ciudad. Ir hasta la verdulería significa estar atentx a la dinámica de la urbe, atender a sus señaléticas, percatarse del movimiento interno que la alimenta día a día. Supone entender el flujo de personas que ingresan a trabajar, a hacer turismo, a hacer trámites, a educarse, a atenderse en hospitales; percatarse de los alimentos cargados y depositados en comercios o restaurantes; sospechar y atender a los materiales y muebles con los que se sigue moldeando su cara visible. Emprender aquella tarea de cocción acarrea, también, percibir que esos kilómetros de cemento, materialidades naturales e industriales y luces que la perfilan, son venas que corren sobre un mapa urbano conformando múltiples relaciones superpuestas.
Suponer que estos conocimientos operan de manera similar a cuando leemos la señalética urbana. Ella, que se propone comunicar en función de la convivencia social, también opera como dispositivo de comportamiento. Habilita, prohíbe, indica, distribuye los usos que le damos al espacio público y señala comportamientos factibles de los cuerpos. Por acá se transita, por allí no, hacia arriba no se puede ir ni tampoco doblar a la derecha… Esta información suele corporizarse en grandes aparatos que pueblan las ciudades con potencialidad de escala monumental. Su diseño es indispensable para su éxito comunicacional. Si los miráramos con atención, como hicieran María Juana Heras Velasco o Edgardo Vigo, percibiríamos su hermosura, al igual que la de la cebolla.
Así de precioso es el gesto que retoma Mariela Vita al distinguir las operaciones de estxs grandes artistas y evocarlas. En algún sentido, aquel acto de cocer una cebolla es reparar en detalles de nuestra vida cotidiana con otra mirada, quizás con los ojos lagrimeados para ver las cosas desde otro ángulo. La configuración de un paisaje, por ejemplo, es una acción que llevamos adelante diariamente y rara vez reparamos en ella. Supone el recorte de un horizonte potencialmente infinito y su posterior encuadramiento bajo una óptica definida. Así, los hay gloriosos, melancólicos, románticos, íntimos, bucólicos, extractivistas, nacionalistas, oníricos, frenéticos, postapocalípticos. Los conformamos cada día y las veces en las que reparamos en ellos (muchas veces sin notar en la propia acción), los señalamos porque deseamos que participen de algo de lo común, de la comunidad, de la comunicación.
En este sentido, aquí el paisaje al que Mariela Vita nos invita es de evocación urbana, un delta que diagrama con materiales múltiples: industriales y artesanales, con la precisión del oficio y la sagacidad de la mirada, con la tensión en el espacio y el humor de sus procedimientos. En este recorte de su mirada exhibe algunos de los ecos de su tránsito en la residencia artística AIR-M(Artist in Residence Munich) +URRA en Villa Waldberta (julio-septiembre en Múnich, Alemania) donde albergó la posibilidad de experimentar con nuevos materiales, escalas y procedimientos en una ciudad con otros códigos, aun cuando fueran lo suficientemente reconocibles. Al igual que la cebolla que proviene de una región lejana a la nuestra como es Asia central, allí Vita se inmiscuyó en una dinámica que le resulta cotidiana. Investigó texturas, rugosidades, grosores y tensiones, se percató de los mecanismos que activa una ciudad, estudió su señalética, recordó imágenes y obras de la modernidad utópica de estas latitudes. Estas operaciones de hace unos meses se amalgaman con otras para darle alma a este paisaje.
Así, este panorama que propone es un escenario conformado por dos espacios entrelazados, dos caras de una misma moneda que parecieran exhibir un universo que diagrama con la fantasía y la ternura, aunque no solamente. Como el pelar la cebolla, como el recorrer la ciudad, como el acto de desconocer algunas indicaciones, desde una mirada más atenta, Vita propone un ecosistema en donde las relaciones entre materialidades y volúmenes, entre colores y luces, entre escalas y espacios, en su proximidad y lejanía, entre cuerpos y entornos se tornan políticamente escultóricos. Allí, en donde existen tensiones que alojan insubordinaciones, apropiaciones, torceduras, empoderamientos, surgen relaciones espaciales que se dan en nuestros consumos, en nuestros recorridos y en donde Vita repara.
Lugar común, entonces, propone una deriva consciente del habitar el espacio público. Focaliza en el extrañamiento de la mirada y, a través del estudio de la señalética como dispositivo para la formalidad del orden social, atiende a su función comunicativa para encontrar micro acontecimientos revolucionarios. Repara en la comunicación como método que implica trabajar y compartir en función de una comunidad sin perder los disensos. Prioriza la dimensión visual y sensible del acto de participar en esa conformación, en la comparecencia que alberga la declamación “tú me compartes”.
Aquí, Vita nos invita a reparar en el eco de aquello que no se puede ocultar y que continúa persistiendo. Nos alienta a estar atentxs a la potencia de ese alma de lo común en los detalles que reaparece constantemente y que hoy se pretende censurar al brindarlo desperdigado.